Turón de Neouvielle. 3.035 m.

 



Posiblemente uno de los últimos hielos pirenaicos este esperando que lo asaltemos con pinchos para subirnos por el. Eso será mañana. Los amigos, la cordada fantástica, nos reuniremos al día siguiente.

Antes de amanecer, siento la necesidad de ponerme en marcha. Mi cordada llegará después de un buen puñado de horas, y tengo que llenar ese espacio vacío. El día no ha despertado aun, y mientras preparo una cafetera, pienso que puedo meter en la mochila, si solamente quiero dar un paseo para rellenar el tiempo que queda antes de mi cita.

Subiré hasta el refugio, y ya veré.

 El día apunta soleado, así que algo de ropa de abrigo, un buen trozo de queso y un cacho de pan, crampones y un piolet, por hacer que la mochila pese, agua, y la termino de llenar con un montón de ganas. 

Esas que no falten nunca en una mochila. 

Ajusto el frontal sobre el gorro de lana, y en zapatillas dejo atrás la furgo. Las botas también van dentro de la mochila.

Siguiendo el tenue circulo de luz que baila delante de mis pies, me digo que tengo que cambiarle las pilas, y ya son muchas salidas las que me digo lo mismo. Desconozco el camino, y me aventuro por uno que quiero suponer es el que debo seguir. 

- ¡Alto!, ¡Quieto!, vuelve que te has dejado el móvil.-

Deshago mis pasos y al volver a entrar en el aparcamiento, un coche acaba de llegar y sus ocupantes se afanan en colocarse botas, mochilas, etc. Saludo y continuo hasta el otro lado del aparcamiento. Recojo el aparato y de nuevo me pongo en marcha. Al pasar de nuevo junto a los chavales les pregunto el camino para el refugio de la Glere. Casualidad, ellos también van hacia allí a buscar ese último hielo pirenaico.

El destino a veces nos juega bonitas pasadas. Juntarme con esta gente, me lleva por el buen camino, no por el que había empezado yo.

Caminamos solo con los focos de la frente, charlando, a buen ritmo, entre la negrura de la noche. La pista es muy fácil de seguir. No hay pérdida.




Un poco antes de llegar al refugio me despido de ellos. La nieve ya lo tapa casi todo. Debo calzarme las botas, y ellos me llevan ventaja en eso. Continúan su camino. Tienen una aproximación de un par de horas más todavía. 

- ¡Hasta luego, suerte, hablamos a la bajada! -

En el refugio, un par de esquiadores me cuentan cual es el Turón. Este no lo tengo tachado. El más prominente de esta zona, el Neouvielle, lo hicimos hace casi diez y ocho años por la arista de los tres consejeros. Durante todo el día, sin quitarle la vista de encima, recuerdo los buenos momentos pasados en ella con mi amigo Txetxu.

Visto el objetivo, y calculado el recorrido, comienzo un día en el que no me juntaré con nadie, pero eso todavía no lo se. 

La nieve a esta hora de la mañana, con la luz suficiente para ver, no es la más apetecible, pero se deja caminar, y hay una enorme huella echa. Solamente se trata de seguirla hasta donde me interese. Cada vez estoy mas convencido de subirme a este tres mil.

El valle es muy bonito con este adorno de nieve, de las últimas nieves que van quedando en este pirineo tan seco. Las piedras afloran por casi todos los lados. Estamos en pleno enero, y parece que estemos a finales de mayo. El cielo se va coloreando de azul, y conforme voy ganando metros de altura, la nieve se vuelve más uniforme. Los ibones están congelados, y puedo caminar tranquilamente por encima de ellos.



Saboreando el desnivel, degustando el paisaje, los metros ascendidos empiezan a pesar en mis piernas. De vez en cuando paro a respirar y dejar que el corazón se calme. Alguna foto y algun trago de agua colaboran a ello. Voy viendo el final cada vez mas cerca, pero se resiste a llegar.

La huella la he perdido hace un buen rato, y me muevo por intuición. Algunos pasos ya son problemáticos y los huecos entre las piedras me hunden  hasta la altura de la ingle. Los crampones ya pasaron de la mochila a las suelas de mis botas, asegurándome los pies en algunos tramos con hielo traicionero escondido bajo la nieve. 

Pienso que me está costando una vida llegar hasta la cima. Se nota la altura, se notan los más de diez kilómetros andados, y los mil seiscientos metros de desnivel. Pero mi meta ya está ahí. Mi meta ya esta aquí. Asomo la cabeza junto a los dos grandes hitos que coronan su cima, y ya no hay nada por arriba. Tan solo aire azul.

 Han sido cinco horas de andar casi continuo. En este momento ya no pesan las piernas y la mochila se queda junto a uno de los montones de piedras, mientras voy recorriendo con la mirada el horizonte lleno de otras cumbres, muchas de ellas reconocidas, y también muchas de ellas ya pisadas. 

Esto es el juego del monte. 

Subir hasta la cima, para luego bajar.





Distingo el Casco, la Brecha, el Taillón, los Gabietos, el Soum de Ramond o Pico Añisclo, el Monte Perdido , el Cilindro, el Marboré, La Munia, El Midi de Bigorre... mucho más lejos el Posets... Estoy en el medio de los Pirineos, y me siento realmente bien.



Como esto del monte es subir para luego bajar no quiero que se me haga tarde, y tras unos bocados de pan con queso desando mis huellas. Este camino ya lo conozco, lo he hecho yo, así que creo que no me perderé.

Todavía quedan horas de luz, y me pregunto a donde va esta gente con la que me cruzo en las inmediaciones del refugio de la Glere, con semejantes mochilones. Solamente me lo pregunto yo, a ellos no se lo pregunto. Lo que me parezca o no, es cosa mía. Pero creo que no son horas para adentrarse en este paisaje nevado. En el refugio hay gente viviendo, en la zona de invierno no hay muchos servicios, pero parece  que no les importa. Más bien creo que están pasando el finde de casa rural. 

La pista de vuelta si que pesa. Se hace más eterna que todo el día de caminar. Al final salen algo más de veinte kilómetros desde el plateau de Lienz.

Cuando llega mi cordada fantástica, el abrazo es de los buenos. Hacia tiempo que no coincidíamos los tres. Por lo menos un par de meses.

Mañana creo que el ultimo hielo pirenaico puede fundirse sin mi. 

Tres horas y media de aproximación para dos o tres largos de cuerda, no me motivan mucho. 

Hoy a sido un buen día, y mañana no me apetece penar.






















Toño Ubieto (225 m. 6b Peña Rueba.) No galletas (270 m. 6b Mallo Firé Riglos)

 




GALLETAS


Una reseña guardada desde entonces me chiva que la Galletas la hice con Jabitxu y Txema, allá por el dos mil seis.
 Ha llovido.
 Este finde, buscando una vía asequible, ya que los años no pasan en balde, a Luís le apetece hacerla. Nunca ha escalado en el Firé, ( yo solo una vez), y sin mucho debatir, la decisión está tomada. No me importa repetirla, a pesar de los 18 años que han pasado, por ser un recorrido y una roca que en su momento me gustaron.

Hace frío en el ambiente, y esperamos a que el sol ilumine toda la pared y la caliente un poco. Una cordada ya está metida y dejamos que se alejen. Según la guía, comienza por un largo fácil y enseguida hace una travesía también por terreno fácil, hasta una reunión intermedia que pasaremos hasta llegar a la primera reunión, donde ya comenzamos a subir en vertical. Muy ufano empiezo este primer largo fácil y comienzo a trepar, siempre bajo la mirada atenta de Luís. Pero... pero... antes de llegar a la que va a ser mi primera reunión, veo chapas y me voy siguiéndolas. 

La cuerda comienza a rozar bastante.

 La escalada que parecía fácil, me doy cuenta que o estoy muy flojo, que puede ser, o la reseña no dice la verdad. El caso es que yo esperaba un IV  y estoy metido en un 6. Ni yo ni mi compañero nos damos cuenta. Casi a tope de cuerda, y a tope de fuerzas ya que con el roce de la misma parecía que arrastraba un tractor, llego a la reunión. Luís me sigue. A el el IV también le parece una pasada de duro. 





Mas no importa, si vamos mal, seguimos yendo mal. El siguiente largo, nos enteraremos después, es un 6a+.  Más peleón si cabe que el anterior, sin tanto roce de cuerda, ya que subimos rectos para arriba, pero peleón. En la siguiente reunión, hacemos una pequeña travesía a la izquierda, expuesta, sin seguros, y volvemos a parar. Miramos hacia arriba y nuestros ojos conectan con la cordada que tenemos delante. Preguntamos y la respuesta no es la que esperamos. Nos hemos salido de la vía. Estamos en la " Directa as cimas. ( 280 m. 6c )

No sabemos como continuar. Solamente vemos una salida, y es hacia abajo. 

Yo no estoy preparado físicamente ni mentalmente para meterme en un par de largos de 6c y otros tantos de 6b+. Ni en A0

Desde el punto en el que nos encontramos, no podemos ubicarnos . La pared es enorme y nuestro punto de vista, muy pegado a ella. 

Toca bajarse.

 Un primer rapel con mucha tendencia hacia la izquierda hasta una buitrera donde hay dos argollas, y de aquí un par de rápeles hasta el suelo. Habíamos subido unos 150 m.



Después fuimos a los "volaos", por echar la tarde. 

Por la mañana se jodió la furgo, esperamos a la grúa, esperé en el taller, la arreglaron.

 Antes apareció Asier, se fueron a escalar e hicieron la "galletas" ellos dos.... lo normal en un fin de semana.


                                                    TOÑO UBIETO




No madrugamos, ¿para que?, ¿para seguir teniendo mala suerte? En Peña Rueba buscamos una vía donde quitarnos la espinita, y pensamos que la Toño Ubieto, en el centro de la pared del mallo de la calva, por detrás de ese espoloncillo que se ve en el centro de la foto hace un diedro, por ahí nos vamos a subir. Solamente tiene un paso de 6b, un pasín, y además acerable.

 Comienza Asier, adentrándose por una especie de barranco bastante tieso. Le sigue Luís por ese pasín, Sigue Asier, sigue Luís, y ya me toca a mi, una travesía un poco expo, donde como te vallas tienes pendulada, y unas pancitas para darle emoción. La cámara que llevo para intentar recoger mi escalada, decide golpearse con una de esos techines, partir el soporte, y largarse para abajo sin despedirse. Los tres vemos espantados como sin quererlo, se va a llenar un poquito mas de mierda el monte.




Desde la cima, el descenso es por la "normal", hasta la ferrata sur, por donde bajamos casi todos los que escalamos en esta parte de la peña. 

Buscamos la cámara por donde intuimos, entre las matas, sobre las matas, esperando el milagro de que se haya quedado en la parte alta de los bojes, y no se haya reventado. Se ha esfumado. No encontramos nada, a pesar de estar un buen rato tres pares de ojos mirando y buscando.

Era el finde perfecto, y ha salido un poco raro, y un poco caro. Una bonita vía variada, donde el grado no la complica, pero tampoco te emociones.
















Pico Soumcuoy . 2.315. Desde arette.

 



Hay finde, hay ganas, hay nieve, hay gente, hay meteo, hay...

El mayor opositor a las estaciones de esquí todavía intenta escapar a su llamada, y al parecer va cayendo despacio, sin ruido, en sus redes.

Se junta cuadrilla con ganas de esquiar. El se niega a pagar, a usar los remontes. 

La montaña para el que se la trabaja. 

- Yo subo foqueando. 

- Te acompaño. Hasta el Soumcuoy....

El que sabe, el que enseña, el que aprende, el resto se van hacia las taquillas. Cada uno que haga lo que quiera. El recalcitrante no. Ese foqueando. Mas le vale que alguno le acompaña....

Un poco acojonado por la gente que baja, y con cuidado de no meterse en medio de las pistas, la pista roja se le hace muy cuesta arriba. Quizás demasiado. Ha tenido suerte de que las pieles agarran bien y no patinan. También de que no haya hielo.

 Las cuchillas se han quedado abajo.

 Casi mejor. 

No sabe ponerlas. 

Le mola el esquí sin pistas, sin remontes, pero no tiene ni puta idea de esquiar. Lleva tiempo intentando aprender, pero sin maestros que le enseñen, sin clases que pagar. Cabezón como el solo.



Ganan altura, se juntan con amigos que bajan como centellas. Aprovecha para respirar. Se le hace eterna hasta que por fin se ve el final. Los telesillas descargan gente sin parar. Un trago de agua como escusa y a partir de ahora, nieve sin tratar, como a el le gusta, o eso dice. Aquí ya no es tan fácil progresar. El suelo cede, no mucho, pero cede a cada paso. Subida y bajada. Agujero para rodear con cuidado, nieve muy dura que hace patinar el esquí al cargar el peso. Cuidado.

La montaña para el que la trabaja. Metro a metro, hasta que sus piernas no aguantan las tablas colgando de los pies. Descabalga y coloca crampones. Bajo el manto hay una traicionera capa de hielo. 

Hace veinte años, en esta misma montaña tuvo un susto de esos que no se olvidan.

 Casi sale volando de la cima a causa del hielo. 

Una rápida auto detención, le libró de salir en la prensa.

Su compañero no lo termina de ver. El viento sopla con fuerza ahí arriba. No entiende por donde seguir, entre la sombra de esa cara norte con el hielo escondido. Apenas quedan unos metros. Ya volveremos otro día. No se va a mover.




Fin de subida. Ahora a disfrutar del trabajo echo. A disfrutar del descenso. Vuelve a colocar las tablas, y comienza el circo. Subir siempre es más fácil que bajar. La nieve se comporta como debe comportarse la nieve.  Dura, blanda, venteada, helada, polvo, costra... los esquís no van por donde ordena, así que se vuelve a descalzar, y ese tramo que no se atreve, lo hace hundiéndose hasta la rodilla...

Al llegar a la pista, se confunde con los cientos de personas que bajan del telesilla, y se convierte en uno más. Su amigo le espera cada cierto tiempo. 

Le parece que su velocidad es endiablada, pero a la hora de la verdad, ve que todo el mundo pasa a su lado en veloz carrera, hasta que una nueva remesa le vuelve a adelantar.

El opositor a las pistas, se ha dado el placer de usar la instalación de bajada, y además disfrutarla.

 Cierra la boca, y calla.














Pico Tebarrai. 2916m.

 



Había estado pajareando por Etxauri y Peña Rueba y me dieron ganas de andar. Que va. Es mentira. Ya tenía la cita concertada con un par de buenos montañeros. A uno de ellos lo llamaron montañero de bien....

Y como siempre me ha gustado rodearme de buena gente de monte pues tira pa´lante.

Salimos de Casa de Piedra, el refugio del Balneario de Panticosa, antes, mucho antes de que pudiésemos vernos los pies. Tan solo los circulitos de luz que salen de nuestros frontales, nos adivinan el camino.

Estamos frescos, el sueño ha sido corto pero intenso, y a buen paso vamos ganando vueltas y revueltas siguiendo el GR. Poco antes de la cuesta  del fraile, ¿bendita? cuesta, las luces del amanecer hacen que el frontal sudado, pase al saco de la mochila. Un trago de agua, y adelante camino. 

Bajan suponemos que montañeros desde el refugio de Bachimaña, suponemos que ayer habrían estado por las alturas desde este punto, o quizás son de ese otro tipo de montañeros a los que les gusta pasar el fin de semana en un refuhotel. Y el domingo vuelta para casa. Después del refuhotel, ya no nos juntamos con nadie de frente. Las huellas, por miles, marcan la senda en la nieve dura, a esas horas de la mañana. El frío muerde cuando desabrigas alguna parte del cuerpo, pero ya hace mucho rato que vamos calientes.

 



La luz del día nos aporta grandes vistas, dentro de las murallas que tenemos a ambos lados. Los ibones azules tornan lentamente a blanco con el hielo azul de sus aguas. Alguno hasta se ha atrevido a poner sus huellas sobre la frágil capa. ¡Dementes!

La lujuria de caminar nos sigue aproximando al final, a pesar del viento helado, del calor corporal y de la intensa luz que nos invade desde arriba y desde abajo.

Al llegar al collado, el fuerte viento ralentiza nuestros pasos y la hermosa visión que llena las retinas, casi nos impide seguir adelante. La nieve sin pisar, sin huellas, dura como el mármol se extiende hasta la cima y pienso...

Si ya he estado allí muchas veces y el suelo no es el mejor para pisar, aunque tenga la técnica suficiente para llegar, si no voy ¿me esperará?

Desandamos el camino y disfrutamos del sol, a medida que vamos perdiendo cota el mundo se vuelve más amable. Gente en pantalón corto, y queriendo subir en veinte minutos, cruza nuestros pasos, preguntas descabelladas nos asaltan de los que vienen a los que vamos, y te quedas pensando de nuevo y te dices, ¿a donde van?, si es que ya no son horas, a la sombra la temperatura se cae, y esta gente así vestidos, es que han visto el sol y van a la playa.






Sendero límite. 300 m V+. Peña Rueba.

 



Andrés lleva como seis meses sin tocar roca. Está entre ese estado de ánimo, de animado y acojonado. Mira la pared de cuando en cuando mientras hacemos la aproximación. La conversación mientras es animada. Creo que mira con mucho cuidado desde el pie de vía hacia arriba, con mucho respeto. Pero no sale nada de su boca. Apretamos los arneses, y por mi parte comienza el baile vertical.

La otra vez que la hice, empalmé los dos primeros largos. Hoy vamos a ir de uno en uno. No tenemos prisa, quiero disfrutar de esta escalada sencilla, superchapada, y con unas vistas preciosas.



El primer largo cae. Solamente nos quedan nueve por delante hasta llegar al escape. Estoy dispuesto a hacerlos todos de primero, y dejar que vuelva a tomar consciencia de que se siente al escalar esta roca tan agradecida, y lo veo venir bastante contento.

Nos los vamos a turnar. Y así, como por arte de birlibirloque, a el le tocan los largos pares, y a mi los impares. No se arruga ante el primero de V+. Le tiemblan las piernas, no encuentra el camino, se para, piensa, lo vuelve a intentar un poco más a la derecha, da con el paso, sigue, resopla, vuelve a parar, mira, toca una piedra, la suelta, la vuelve a tocar, sube un pie, lo baja, lo vuelve a subir, remonta, respira, aprieta, vuelve a resoplar, sale de su boca un ¡atento!, vuelve a bajar el pie, busca nuevo pie, se sube, y poco a poco, va ganándole metros a la vertical, hasta llegar a la reunión.



La tensión de los primeros momentos, parece que se disipa, y largo a largo, va encontrándose más a gusto. Las horas vuelan. Trescientos metros de pared dan para mucho. Hacia la mitad de la vía, la roca ya es más tumbada, y la progresión es más fácil. El grado decrece a la vez que la sensación de vacío crece. Cada vez se ve más cerca el final, y empalmando los dos últimos largos, les damos respiro por fin a los pies.



Ahora los buitres vuelan por debajo de nosotros, pero no estamos arriba del todo. Hemos llegado al escape. Ya es suficiente por hoy, para que vas a sufrir más, si desde este punto, las expectativas están echas. Un buen rato en este lugar al sol nos relaja y nos da las ganas de bajar. Los Mallos de Riglos, aparecen en el horizonte, enmarcados por el macizo de monte perdido nevado, dándole un atractivo especial al paisaje. La ferrata de bajada, no es precisamente un camino de rosas, y aunque siempre es más fácil subir que bajar, con cuidado nos vamos de allí. Cadenas, sirgas, peldaños, senderos, nos dejan en la paz del suelo, y de camino de regreso, veo por el rabillo del ojo, como la satisfacción por lo escalado, se asienta.

 Un bonito día en un entorno muy chulo, y bien acompañados. El uno del otro.
















El puro. 180 m. 6b. Riglos


 A la sombra del más grande, pero no por eso el más pequeño.

Un día hace unos años, nada más terminar el último rapel, coincidí con "Cintero", y nos liamos en una conversación que me dejó muy buen sabor. Este hombre menudo es uno de los aperturistas, allá por el 53 del siglo pasado.....casi nada.

Esta es la cuarta vez que me encaramo por sus piedras, y aunque a muchas ya las conozco, es un trato amable el que tienen conmigo. Jesús le tenía ganas hace tiempo, y como a mi es una escalada que me mola y no me importa repetir, pues eso. 

La cuarta. 

Solamente pongo una condición. Con quien yo la repita, esta persona se tiene que encargar de subir a otra.

Entramos por la directa, que ya se ha hecho normal, desde esa medio cueva que parece que ha resistido muchas noches al calor de la hoguera, ya que el color que la caracteriza es negro humo. ¿Será por que al lado esta la colilla, y no se ha terminado de apagar?

Vas siguiendo las marcas de magnesio, pero es que no te deja salirte. Es una especie de diedro/fisura/chimenea, con buenos agarres un poco jabonosos los que te van llevando al cielo. En un momento, entre tus piernas ves a tu compañero pendiente de tus movimientos, pero como a unos diez metros de la pared, y es que desploma elegantemente, sin apenas darte cuenta.




Conseguida la primera reunión, las ganas le pueden y con esa seguridad que te da la cuerda por encima de tu cabeza, arranca del suelo, y para cuando llegas a verle la cara, te das cuenta de que está muy concentrado en lo que hace. Hoy va a romper un mito. El mito de que no le gusta escalar en Riglos, ya que la roca es muy rara. 

Ya caliente, el segundo largo es una transición casi. Es otro largo casi igual al anterior, desde el que llegamos al cable que nos asegura el aéreo recorrido hasta la entrada de la cueva. Le engaño y le digo que el cable es otro largo, y así le toca apretar en la salida de la cueva antes de entrar en el angosto pasillo de la chimenea, donde de una tirada llego hasta el bloque empotrado donde se tiene una de las mejores vistas, para mi, del pueblo de Riglos, y del enorme horizonte que se extiende delante de mis ojos, y por el otro lado, al que le hemos estado dando la espalda, el Fire.









Desde el bloque empotrado, ya salimos al vacío. Al puro y duro Puro. La torre que desgajada del Pisón, aquí tiene nombre propio. Son tres largos con el aire a los lados. Aquí no estamos protegidos por paredes como hasta ahora. Pancitas que ponen a prueba tus habilidades, sin ser muy difíciles con el grado que da el compromiso. Piedras que se separan del resto e inician un viaje largo en busca de la sombra de las matas a los lados del camino. Y por fin el grito, el alarido de triunfo. 

Solventado el "paso" más difícil de toda la vía, en el que un cordino ayuda, es el Fire el que aparece para rellenar el paisaje. Ya no se puede subir más arriba. Los dos compañeros unidos por una cuerda estamos arriba, con las sonrisas escapando de la cara, y un abrazo interminable.








Se disfruta un rato de la altura, la soledad, la compañía, el viento, el sol, las vistas, el vacío alrededor, y es en este momento, cuando viene el golpe de humildad al pensar como subieron los aperturistas, y el valor y las ganas que le pusieron, y la noche maravillosa que debieron pasar aquí arriba.

Pero ya sabemos que las cosas no terminan en la mitad, y es ahora la otra mitad la que nos falta.

Siguiendo el cable de la cima, bajamos apenas un par de metros hasta el inicio del rapel que nos dejará en la chimenea. Vamos a descender toda la torre en un solo vuelo controlado. Desde aquí continuaremos deslizándonos hasta debajo de la cueva, y siguiendo de nuevo por el cable, rapelaremos a la segunda reunión.

Desde aquí, ya llegaremos al suelo, y podremos ver donde estábamos hace apenas un rato, con la enorme satisfacción de haber escalado en uno, para mi, mas bonitos de todo el reino de los Mallos.
























La major. 130 m. V . Falaise de la Mature. Valle de Aspe.


 

En el Chemin De La Mature. Excavado en la roca hay un camino que ya recorrí hace un tiempo, creo que es visita obligatoria por lo bonito que es, y en medio de ese camino hay una cadena de descuelgue con un cartelito pintado en la pared que pone MAJOR.

Esta vía la haces al revés. Primero desciendes hasta su base, y luego escalas para salir de ella.




La misma lluvia que dejó la anterior vía patinosa, hizo lo mismo con esta. No ha llegado a secarse del todo la roca, y eso le va a dar un punto más de tensión a la escalada.

Además la selva se va adueñando de la vertical haciendo más difícil el descenso. Una vez abajo empezamos la subida. No sabemos muy bien donde estamos, no sabemos si hemos acertado. Las matas nos obligan ha hacer desvíos, y la continuidad de las chapas no es la mejor para marcar el camino. Un resalte de V ya me quiere hacer sudar, los pies no están quietos donde los pongo, y se patinan. Después ya va más fácil. Reunión y sube el colega casi andando. Cambiamos la cabeza de la cuerda, y la placa resbaladiza le hace echar algún pecao. Reunión y voy a juntarme con el. Una especie de gradas, con mucha hierba en los pies, me hace tensarme. Alguna chapa me da tranquilidad. He visto en la reseña que hay un clavo en una fisura, lo veo, lo chapo, por el "todo disipa", e intento subirme más arriba a encontrarme con otra chapa , pero esta no aparece. La reunión se supone que está encima de esa chapa invisible, un poco a la izquierda. Aprieto como si no hubiera un mañana, pero los pies van a su bola. Subo y bajo un rato, sin moverme un metro, y ese paso de adherencia se me atraganta. Un par de metros a mi derecha hay una reunión, y me voy a ella. No me importa que no sea de mi vía. Desde esta puedo subir a mi compañero sin problemas. El también busca y rebusca y no halla el paso. Se reúne conmigo y sale hacia arriba, sin saber muy bien a donde va. 





Ha llegado al camino, al cartel de salida. Es un largo de V con mucho canto. Todavía nos estamos preguntando por donde va realmente la vía. Si nos confundimos en la bajada y hemos echo otra, si nos la hemos inventado, si la hicimos bien, aunque no nos cuadraba lo que íbamos viendo...

La cabeza se nos ha llenado de dudas. Ahora eso si. El sitio es brutalmente precioso. De eso no hay ninguna duda.